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Es uno de los grandes abogados catalanes del momento. José María Fuster-Fabra, 64 años, socio de la firma que lleva su nombre, Fuster-Fabra Abogados, acaba de publicar la novela «Tu refugio en el infierno», cuyo protagonista es un inspector de la Policía Nacional llamado Francisco de Borja Alba de Lauria y Monforte, marqués de Gules.
Una «oveja negra» de la aristocracia que deviene en un magnífico policía embarcado en una investigación sobre el asesinato de una prostituta colombiana. Un policía millonario, seductor, con ese punto canalla típico, destinado en Barcelona.
La novela fue la consecuencia del confinamiento por la pandemia. Un tiempo que José María Fuster-Fabra aprovechó para dar a luz una obra muy bien construida y que, en nada, da la impresión de ser la de un novelista primerizo. Al contrario, lo que se desprende es que tiene muchos kilómetros de oficio detrás.
El título, «Tu refugio en el infierno», es un homenaje a la canción de Loquillo, «Hermanos de sangre», cuenta Fuster-Fabra.
«Una canción que es una exaltación de la amistad, del compañerismo, de la camaradería, del compromiso y de la lucha», añade.
¿Qué significa la palabra patria para usted?
Patria para mí es un sentimiento que tengo muy arraigado por encima del concepto de nación, de ideología, de política y de cualquier otro concepto.
Yo me considero un patriota. Fíjese que yo fui uno de los fundadores de Ciudadanos, pero a mí la política no me gusta. Ni me gusta, ni me divierte, ni me entretiene.
Hay dos palabras que marcan mucho mi vida: persona y patria.
Yo creo mucho en las personas. Para mí, mi vida son mi familia y mis amigos. Lo demás no me importa. Soy bastante impermeable a las críticas. A lo que diga la gente. No tengo redes sociales. Me importa un bledo lo que digan de mí.
Y la palabra patria… Ser barcelonés es mi forma de ser catalán, ser catalán es mi forma de ser español, y ser español, mi patria. La encarnación de patria es mi proyección frente al mundo.
Por eso me considero un patriota. De ahí que me haya hecho reservista del Ejército, para servir a mi patria. No para servir a un partido, a un concepto de nación.
Esta respuesta podría haberla dado su protagonista, el inspector de la Policía Nacional Francisco de Borja Alba de Lauria y Monforte, marqués de Gules, ¿no?
Probablemente. Y le puedo confesar que Francisco de Borja tiene mucho de mí. Yo no fui «hippie» pero fui navegante. Me ganaba el dinero trayendo barcos de Ibiza a Barcelona.
No fui legionario tampoco pero soy reservista del Ejército. No soy aristócrata pero pertenezco a una familia más o menos conocida en Cataluña. Y su forma de ver la vida es mucho mi forma de ver la vida. Por eso cree al personaje de FF, el abogado, que soy yo.
Un aristócrata-policía, creía haberlo leído todo en novela negra…
Eso dijo un crítico literario: “Creemos haberlo visto todo en novela negra, pero ¿un marqués, inspector de policía? Es lo nunca visto”.
¿En quién se inspiró?
En un cliente que tuve hace treinta años. Fue uno de los primeros casos que defendí. Era un tipo alto y delgado. Un inspector de policía que tenía un apellido rimbombante, que había tenido un pasado un tanto turbio y que era el garbanzo negro de una familia bien.
Un garbanzo negro que al final se metió en la Policía y se redimió. Él fue mi inspiración para crear al inspector Fran, que es como le llaman sus amigos.
Veo que le impactó el tipo. Porque para permanecer en su memoria durante tanto tiempo…
Trabamos cierta amistad. Era un tipo muy educado, de familia adinerada, que había estado colgado en Ibiza como «hippie» en su juventud, y que ya, en el límite, se hizo inspector de Policía.
Pero no es el único. También he metido de otros policías. He conocido agentes que también han sido legionarios. Y sobre esa base he creado este personaje.
Fuster-Fabra, uno de los abogados más conocidos de Barcelona, escribió su novela durante la pandemia.
Usted sitúa a su protagonista en la Jefatura Superior de Barcelona, que es donde está destinado. Yo pensaba que la Policía Judicial de la Policía Nacional ya no estaba en Barcelona, que esas competencias estaban asumidas por los Mossos d’Escuadra.
En Barcelona hay unidades de Policía Nacional adscritas a los Juzgados y a Fiscalía. Los jueces deciden a quién le encargan la investigación. Si a la Policía Nacional, a los Mossos d’Esquadra o a la Guardia Civil.
La prueba la tiene en la Operación Polo o en la Operación Macedonia, que la comenzó la Policía y la acabó la Guardia Civil.
Otra cosa son las competencias de orden público, que ostentan en exclusiva los Mossos, así como la capacidad para investigar los delitos, excepto aquellos que tengan trascendencia internacional o que afecten a más de una Comunidad Autónoma.
Evidentemente, yo he forzado un poco la máquina en la novela. No le digo que no. Pero el caso sería perfectamente factible.
Lo único que, desde un punto de vista técnico-jurista, llevado hasta las últimas consecuencias, la investigación tenía que haber sido asumida por la Audiencia Nacional.
Pero es perfectamente factible que la investigación sea comenzada por la Policía Nacional y que el fiscal diga, ‘vamos tirando para adelante y ver donde llegamos’.
Realmente la Policía Nacional investiga en Cataluña, como por ejemplo todo lo que son extradiciones, sobre lo que es competente.
El hecho de que en su novela no haya presencia de los Mossos, ¿quiere decir algo?
Sí que hablo de los Mossos. Si se fija, digo que los Mossos son gente cojonuda…
Sí, sí, pero no forman parte de la trama.
Porque tenía más gracia. Porque quería que la novela tuviera un alcance nacional. Yo he defendido, fundamentalmente, a policías y guardias civiles.
Ahora estoy defendiendo a Mossos.
En la época histórica, donde sitúo los hechos, me hacía más gracia hacerlo entre policías y guardias civiles. Como siempre hay esa connotación política con los Mossos…
¿Que es lo que digo de ellos? ¿Son buenos? Son buenísimos. ¿Tienen cojones? Más que ninguno. Porque los buenos se han plantado como nunca nadie lo había hecho.
¿Cuál es el problema que tienen? La politización del cuerpo. Sobre todo el hecho de que sus mandos son absolutamente políticos. Me ha parecido más apropiado dejar cojonudamente a los Mossos, en especial a los sindicalistas.
Le digo una cosa, si no existieran los sindicatos los Mossos ya no existirían.
No tengo ninguna duda. Porque los que plantan cara son los sindicatos. Y especialmente el Sindicat de Policies de Catalunya, que son los míos, los mayoritarios en la calle.
Luego es verdad que, cuando llegan las elecciones en Mossos, en Información, en Asuntos Internos, en Egara [los cuarteles generales que la policía catalana tiene en Sabadell], no tenemos votos. Pero en la Brigada Móvil estamos en cerca del 80 por ciento.
La gente de la calle es muy buena. Y ahí lo digo. Pero no encajaban en esta trama.
Usted como escritor es un trilero, dicho en sentido positivo. Como lector me hace creer que la bola está en un cubilete y está en otro. Me induce a pensar que el expolítico Sagarduy es el malo malísimo y sí lo es, pero…
[Se ríe] Pero fíjese, mi novela tiene varios niveles. Algunas personas aquí, en Cataluña, los han identificado. Sagarduy es el prototipo del corrupto catalán. Quería fotografiarlo como lo que son, unos cobardes, unos marrulleros.
Supongo que tiene rasgos de diferentes personajes de esta calaña que usted ha conocido.
De muchos, claro que sí. En mi carrera profesional he interrogado a todo tipo de personas. De etarras habré interrogado en mi vida del orden de los 300.
Desde Urrusolo, que es el tío más inteligente que yo he conocido, hasta algunos “border lines”. Es muy difícil hacer un estándar de este tipo de gente.
Yo creo que ahí queda fotografiado el corrupto en general. El asesino es otra cosa. El asesino se jacta del asesinato: ‘¿Cómo han podido sospechar que éste podía haberlo hecho si es un cobarde?’.
Su protagonista, el «marqués-inspector», se toma de forma muy personal la investigación del asesinato de la prostituta. ¿Es normal?
Yo me he encontrado muchos casos así. Y es más, muchos de los casos que he defendido, tanto de policías, como de guardias civiles como de Mossos, han sido por implicarse y por obsesionarse demasiado por solventarlos. Por hacer de ellos una cosa casi personal. Por jugar al límite.
Calculo que yo habré defendido a alrededor de 500 agentes de la ley. Desde generales de la Guardia Civil, jefes de superiores de Policía, hasta policías locales de base y en prácticas.
Se ha cuidado usted de coser muy bien las costuras de la novela, desde el punto de vista legal. No he encontrado ningún descosido, ningún roto.
Todo es absolutamente factible, desde el punto de vista legal. Y la mayor parte de los personajes están basados en personajes reales.
Por ejemplo, cuando yo describo al fiscal jefe, Federico Barrios, estoy basándome en una persona que conozco muy bien. Un tío canoso, listísimo, muy hábil, muy echado para adelante. Un gran fiscal.
Otro tipo muy identificable es el juez, Mario Machuca. Es una persona que la gente dice que va a llegar a Supremo. Es un homenaje a Manolo Marchena.
El fiscal que tiene contacto con los americanos y con los israelíes está basado en Javier Zaragoza. Hay muchísimos personajes que están basados en personajes reales.
Sí, está lleno de guiños.
Para el lector, en general, no hace más que entretenerle y para los que están en el tomate en Cataluña les ha divertido mucho.
Usted define muy bien la cultura corporativa de Policía y de Guardia Civil. Hay que tener mucho conocimiento de cada casa.
Sí, es algo que los guardias civiles y policías que han leído mi novela dicen: ‘cabrón, que bien nos conoces’.
Porque cuando digo eso de que los polis que huelen a asfalto, que el perro viejo trabaja con el joven, y así aprende. Y esa frase, que les ha gustado mucho: ‘nadie como un poli sabe cómo se dobla una esquina’. Dicen que les he fotografiado.
A los guardias civiles los retrato como la constancia, la tenacidad, el no soltar nunca a la presa. Por eso digo que tener de enemigo a un guardia civil es un mal negocio.
Su protagonista, el «marqués-inspector», se maneja a la perfección en sus relaciones personales. Me gusta cómo describe su relación con su jefe…
Su jefe se llama José Antonio y es real. Se llama José Antonio Togores, el actual jefe superior de Cataluña. Y es como es él. Es el único personaje que no tiene apellido.
Y también con la abogada colombiana. ¿Existe, de verdad?
En mi despacho, en Barcelona hay siete mujeres. Siempre he trabajado muy bien con ellas. Fíjese que en las oposiciones, a jueces y fiscales, ellas sacan las mejores notas.
Sin embargo, en el mundo de los delitos económicos casi siempre estamos los mismos nombres y casi todos somos hombres. Ahora empiezan a aparecer mujeres, que son magníficas abogadas. Extraordinarias.
Las que trabajan conmigo son magníficas. Tengo una chica que lleva conmigo 20 años que tiene una capacidad analítica muy superior a la mía. Ella ve en una causa cosas que yo, con más experiencia, no soy capaz de ver.
Para crear a Irene Serrano he hecho un compendio de todas estas abogadas a las que yo conozco. Es un homenaje a todas ellas.
José María Fuster-Fabra es reservista del Ejército, al que dedica periodos anuales de su tiempo, como una forma de servir a la patria.
¿Y el físico de Irene? ¿De quién es?
El físico que describo es el de mi mujer, que es abogada y también lleva temas penales. Es excepcionalmente buena. Claro, nosotros tuvimos tres hijos muy seguidos. Sacrificó parte de su carrera profesional.
Ahora hace una media jornada en mi despacho. Le tocó a ella porque yo ya estaba consolidado y podía tirar para adelante económicamente con mayor facilidad.
Mi mujer es alta, muy guapa, tiene el pelo rizado. Sin embargo, las actitudes, el carácter, es una mezcla de todas ellas. Las que están en mi despacho.
A dos de ellas las cito de forma específica. Ampar Ladrón de Guevara es una morena con pinta caribeña y súper simpática, súper divertida. Muy pizpireta.
Isa es la perfecta francesita.
Si no hubiera ocurrido la pandemia, ¿habría usted escrito “Tu refugio en el infierno”?
El personaje me había rondado por la cabeza. Es verdad que aquel inspector echó raíces en mi cabeza. Desde que me metí en el mundo antiterrorista siempre tuve la idea de hacer algo de ficción. No sobre el antiterrorista. Me parecía muy duro.
Yo estuve siete años defendiendo a policías y guardias civiles en el País Vasco.
Quería hacer algo más frívolo, más divertido, más entretenido, menos duro. Este personaje daba mucho de sí. Era lo que tenía más claro.
El título es un homenaje a la canción de Loquillo, “Hermanos de sangre”. Es una exaltación de la amistad, del compañerismo, de la camaradería, del compromiso, de la lucha, de no aburrirse.
Le pongo un ejemplo, usted me consulta algo, o me pide un consejo, a usted en la cara le diré lo que pienso. Pero, de puertas afuera, por Carlos Berbell, mataré y moriré. Yo soy así. Quizás por eso soy reservista del Ejército.
Quizás por eso me he comprometido en muchas luchas. Quizás por eso me he jugado los huevos contra Egin y por eso me he signficado aquí por la bandera que quiero, la bandera española.
Es mi sentido de la vida. Y eso se traduce en la novela. De hecho, se traduce tanto que yo veía que Francisco de Borja se estaba pareciendo mucho a mí.
Pero vuelvo a la pregunta, ¿sin pandemia no hubiera habido novela?
No lo sé. Quizá en verano, porque no soy muy televisivo, por las noches me hubiera puesto. Vi una ocasión en la pandemia. Me cansé de pasear al perro y de comprar manzanas y me puse disciplinariamente a escribir un par de horas o tres cada día.
Y es verdad eso que se dice que los personajes cobran vida. La novela está escrita a pluma.
Cuando reabrimos el despacho se la pasé a mi secretaria, porque yo me manejo muy mal con la informática. Sobre esa base metí las correcciones, metí otras cosas.
Su novela huele a primera entrega…
A ver, historias tengo. Pero lo que no tengo es tiempo. Yo soy abogado. En diciembre comienzo el juicio de la operación Macedonia, que va a durar tres meses, soy profesor de la Universidad, y yo mantengo a mis hijos con la abogacía.
Oye, que la novela tiene un gran éxito y la editorial me pide una nueva novela. No lo sé. Yo la tesis doctoral mía la escribí en tres veranos, en los que me encerré.
Puede ser que en verano pueda hacer el esquema de la novela y a ratos libres, en invierno, avanzar con ella. Si fuera un éxito…
Los lectores me dicen que “Tu refugio en el infierno” huele a película. El tiempo lo dirá.
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